La decisión de
adentrarme en un tema sobre el ya que se ha escrito y comentado tanto,
obedece a la simple necesidad de divulgarlo y esclarecer algo que
parece estar tan en boga, pero no comprenderse realmente.
La literatura fantástica
es el subgénero que elegí para desarrollarme como escritora. Los
que ya han ido a las presentaciones y me han oído hablar, saben que
para mis relatos, la fuente es casi invariablemente la misma: el
mundo de lo onírico, más específicamente de mis propios sueños y
pesadillas. De ahí que lo encontrado en mis relatos, tenga atmósfera
irreal, ilógica, absurda.
Ahora bien, otro concepto
aparece a veces en la mente de quien me oye: Surrealismo. No
es totalmente erróneo. Tomar el mundo de lo no lógico (infancia,
locura, sueños), como tema para el arte, es algo que se hizo incluso
antes del surrealismo, pero que estos vanguardistas desarrollan,
explicitan y propugnan. De acuerdo: leí el Manifiesto Surrealista
de Bretón ochenta veces de atrás para adelante y no puedo negar esa
influencia. Pero, como me dijo Fabián Muniz, colega y crítico que
me ayudara en la primera presentación de mi libro de cuentos, estos
no son surrealistas, sino fantásticos y tengo que coincidir con él,
porque la relación a la que invito al lector, con mis textos, es más
propia de este tipo de literatura, que invita a un juego de
interpretación, y no la de la vanguardia, que busca provocar, sacudir,
destruir tradiciones estéticas e inventar desde cero. Estoy lejos de
esa pretensión.
Hablar de literatura
fantástica en los tiempos que corren es un problema porque es un
concepto muy “manoseado”, que ha tendido a desdibujarse. La
literatura tiene su nomenclatura, es decir, su jerga profesional
propia, pero como también es un arte que está “al alcance de
todos”, su argot no se respeta lo suficiente, dando lugar a
confusiones. La idea de escribir esto es acercar a quienes gustan de
leer, al correcto uso de estos términos.
¿Por qué es necesario?
No es purismo ni celos de profesional, sino una confianza en que el
uso exacto de algunos conceptos, ayuda a posicionarse como lector y a
entender lo que se nos está comunicando. El escritor tiene un tipo
de lector en mente, es decir un lector implícito y le pide que entre
en determinado juego que no es siempre el mismo y que este debe
comprender. Y ya sabemos que cuando uno entiende, disfruta.
No soy una gran teórica,
no soy crítica, no me dedico al ensayo, esto es apenas una
divulgación, por lo que no voy a recurrir a demasiadas citas de
autoridad, simplemente porque no existen en mi cabeza, pero sí las
necesarias para que no se entienda que los términos usados son de diseño propio y
subjetivo. Apenas comentar que para iniciarse por este camino es
crucial Tzvetan Todorov y su libro Introducción a la Literatura
fantástica. Es un libro fácil de seguir, no es necesario ser un
docente de literatura o un egresado en letras para darle una leída,
porque está planteado desde una forma muy didáctica, como también pretende ser
este trabajo.
Veamos cómo se usa el
término “fantástico” o mejor dicho “fantasía”, en el
imaginario colectivo: he de suponer que, para la mayoría de las
personas, sucede que nos adentramos en él cuando hablamos en cine,
literatura, comics, de la existencia de elementos que para nuestro
mundo conocido, son sobrenaturales.
El problema con esto es
englobar a muchas formas de trabajar lo No Real (término que vamos a
preferir para sustituir lo que definimos recién), que funcionan de
diferente manera y le piden al lector, una conducta también
diferente.
Hay quienes, para definir
esto, incluso no usan la palabra “fantasía”, sino “ciencia
ficción”. Creo que este término es todavía menos acertado.
Vayamos a Todorov que es
la autoridad del tema. Él distingue varias formas de relación con
lo sobrenatural en los textos: la literatura fantástica, la
maravillosa, la extraña (o insólita), y la poética o
alegórica (es decir, simbólica). Agreguemos a esto, otros
subgéneros que él no trabaja, como el realismo mágico (que,
siento decepcionar, pero no abordaré), la ciencia ficción
o los discursos utópicos (o distópicos que son los que
abundan ahora, en estos momentos de cruda decepción), que tienen su
tradición desde Utopía de Tomás Moro, en adelante.
La mayor parte de los que
creen consumir Literatura fantástica actualmente, en realidad, si
seguimos la terminología correcta, estaría en realidad leyendo
literatura de lo maravilloso. Dice Todorov: “En el caso de lo
maravilloso, los elementos sobrenaturales no provocan ninguna
reacción particular ni en los personajes, ni en el lector
implícito”. Es decir, una vez que abrimos el libro y comenzamos a
leer, entendemos con comodidad, que el mundo que se nos muestra, se
basa en otras reglas diferentes al mundo en el que nos movemos
usualmente. Los personajes están rodeados de magia o de elementos o
criaturas, que para ellos, forman parte de su cotidianeidad. Cuando
un personaje ajeno a ese mundo, cruza el umbral, también termina
aceptando que está en otro lugar diferente del que provino. A menudo
los protagonistas son seres humanos comunes y corrientes que hacen
ese traspaso y viven el proceso de automatización de la magia,
conjuntamente con el lector (Harry Potter, Las crónicas de
Narnia). “Por lo general se vincula el género de lo
maravilloso al cuento de hadas (...)” (Todorov). Inicialmente, lo
atractivo de este tipo de literatura, es adentrarse en la
imaginación, evadirse de lo conocido, imaginar lo que no existe, lo
que no vemos, lo que no está. La magia misma, los objetos, las
criaturas, y la aventura, pasan a tomar el protagonismo y se roban
toda la atención del lector. Ahora: hay escritores que van más allá
de esto y trabajan más artísticamente el lenguaje, otros que
fusionan con la utopía/distopía, otros que proponen
interpretaciones simbólicas, pero por lo general, el lector se
sienta cómodamente en su sillón, a dejarse arrastrar por ríos de
palabras mágicas.
Vamos al segundo tipo de
literatura no realista y dejemos para el final el que nos interesa,
por ser el más complejo y difícil de captar. Hablemos de lo
extraño. Este subgénero puede fácilmente confundirse con el
fantástico, pero nunca con el maravilloso. En él, estamos en
nuestro mundo conocido, pero, de pronto, irrumpe una anormalidad. Los
personajes sufren incertidumbre, se sienten incómodos, el lector
también. Se ha presentado un misterio. Si tanto el escritor como el
lector “(...) decide que las leyes de la realidad permanecen
intactas y permiten explicar los fenómenos descriptos, decimos que
la obra remite a otro genero: el de lo extraño”. Sobre el final,
tenemos el alivio de la respuesta a lo insólito que hemos
presenciado. Puede ser una excepción a una regla, un caso raro de
encontrar, pero no desafía las leyes científicas que conocemos. El
ejemplo de manual es El almohadón de plumas de Horacio
Quiroga. El lector puede, durante la incertidumbre, idear posibles
respuestas, pero el escritor será el que finalmente dará la única
que es posible. De nuevo, podemos disfrutar del misterio y de su
resolución o también ver si esa anomalía no nos quiere representar
algo más. Quiroga sugiere mucho en el cuento como para que pensemos
que es solo eso, y ahí el enorme bicho del almohadón es en realidad
la tristeza, la decepción, la frialdad de la relación de pareja.
Estamos dándole al cuento insólito, una interpretación alegórica
o simbólica que lo enriquece.
Este subgénero ya
plantea una incomodidad desde el inicio y no tolera lectores
ansiosos. Por eso es, quizás, menos popular que el género de lo
maravilloso y podemos decir que sugiere un juego muy similar al de la
novela policial.
Sobre la ciencia ficción no creo que sea necesario citar mucho, los que la transitan seguido han entendido que generalmente los elementos no realistas que aparecen, son solo formas más avanzadas de la ciencia que conocemos o alternativas. A menudo pide el mismo tipo de lector que la literatura de lo maravilloso y muestra a veces todo un mundo con una tecnología más avanzada y diferente (Un mundo feliz de Aldous Huxley, la saga La fundación de Isaac Asimov), otras, la aparición de un solo objeto (La máquina del tiempo, El hombre invisible de H. G. Wells). La diferencia es que ha ocurrido que los escritores imaginen hechos tecnológicos que luego efectivamente en un futuro no tan lejano, ocurren (como Edgar Allan Poe y la máquina de jugar al ajedrez o el viaje a la luna o Franciso Piria en El socialismo triunfante, que menciona el aire acondicionado, la energía solar, los teléfonos celulares y automóviles apenas a fines del siglo XIX), por lo que parece más real que los subgéneros anteriores.
Hoy por hoy es casi una
rareza encontrar textos de ciencia ficción que además no planteen
grandes preguntas o denuncias al sistema económico y político que
rodea a su escritor. Por eso algunos señalan ciertas obras como
ciencia ficción/distopía. Es interesante preguntarse lo diferentes
que somos de la era Renacentista, cuando surgen los discursos
utópicos por primera vez con Moro, una era en la que el hombre tenía
fe en el cambio, en el poder humano para idear mundos que lo hagan
feliz. Utopía deriva posiblemente del griego οὐ
("no") y τόπος ("lugar") o εὖ
("bueno" o "bien") y τόπος ("lugar").
Es decir, un lugar que no existe y es un buen lugar, pero, que desde
lo que se proponen los escritores, con esfuerzo y revolución, es
posible. En la actualidad, estamos rodeados de distopías, o
antiutopías, de lugares indeseables que se parecen mucho al nuestro.
Y a veces los héroes prosperan y en otras solo intentan sobrevivir
(1984 de Orwell, Los juegos del hambre de Suzanne
Collins, más atrás, Los viajes de Gulliver posee ambos,
utopías y distopías, pero Swift las hace complejas dese su irónica
mirada).
Entonces, si todo esto no es literatura fantástica, ¿Qué lo es? Se estarán preguntando. Volvamos a Todorov: “En un mundo que es el nuestro, que conocemos, sin diablos, sílfides, ni vampiros, se produce un acontecimiento que no puede explicarse por las leyes de este mundo familiar. Quien percibe el acontecimiento debe optar por una de las dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos, de un producto de la imaginación, y las leyes del mundo siguen siendo lo que son; o bien el acontecimiento tuvo lugar realmente, es una parte integrante de la realidad, pero entonces esta realidad está regida por leyes que nos son desconocidas”. Eso es la literatura fantástica: la posibilidad de la opción. El escritor nos deja solos, enfrentados a lo que no se puede explicar. El lector debe entonces salir del sillón verde y trabajar. Pensar, encontrar soluciones. O no, porque como decía Borges: “Los enigmas siempre son mucho más importantes que las soluciones". La literatura fantástica pide lectores que se sientan cómodos al adentrarse a lo desconocido y no se frustren ante la idea de que lo inexplicable, está ahí, a la vuelta de la esquina. Las interrogantes y reflexiones que se deslizan desde lo fantástico, son mucho más importantes que la solución misma. Uno se cuestiona el mundo que habita y completa, con su imaginación, el texto, con un sinfín de posibilidades. Julio Cortázar propone esto en muchos cuentos, generalmente los de manual son Continuidad de los parques (casi un Manifiesto) y Casa Tomada.
No hay muchos lectores
que disfruten de la literatura fantástica. Para poder hacerlo hay
que entrenarse en ella, recorrerla mucho y poner la mente a trabajar.
Cuando uno hace eso, llega a las mismas conclusiones de Borges. Como
no puedo encontrar el texto donde él mismo lo explicita (quienes me
conocen saben que tengo el enorme defecto de no leer a Borges de
forma completa, siempre caigo a mitad de sus ensayos y cuentos), cito
en realidad a Emir Rodríguez Monegal: “Al examinar la literatura
fantástica encuentra Borges cuatro grandes procedimientos que se
presentan desde los primeros tiempos y que permiten al creador
destruir no sólo el realismo de la ficción sino la misma realidad.
Ellos son: la obra de arte dentro de la misma obra; la contaminación
de la realidad por el sueño; el viaje en el tiempo; el doble”.
Fabián me preguntó en
cuáles de mis cuentos creía yo que usaba esos procedimiento y creo
que es un ejercicio interesante, pero que, he de confesar, había
aplicado en los cuentos de otros, nunca conmigo misma. Es difícil
esto de ser escritor y analizarse a sí mismo. A veces se descubre lo
que no se quiere descubrir.
En cuanto a la escritura
de la literatura fantástica, es un desafío sin lugar a dudas. ¿Cómo
colocarse en ese camino medio entre revelar lo suficiente para que
algo del mensaje se entienda, pero no lo demasiado como para
permitirle al lector su propia lectura? Adolfo Bioy Casares (una
eminencia en el subgénero), a veces pecó de querer explicar
demasiado. Otros, como Armonía Sommers, María Inés Silva Vila
(poco leídas y comprendidas) Mario Levrero, Poe o Cortázar mismo, de no
explicar nada y dejarnos con sensación de extravío.
No es fácil encontrar a
los lectores preparados para este tipo de lectura, sobre todo cuando
elijo mezclar fuentes de inspiración surrealistas, con la estructura
del cuento fantástico (perfectos cuentistas a citar como mis
principales influencias son Poe y Quiroga), con la lectura simbólica.
Es decir que me propongo que lo sobrenatural onírico, tenga además
un sentido abstracto, representado en una figura estética no real y
que esta hable de lo que nos compromete a todos en nuestra sociedad y
en nuestra psiquis. Me interesa que la literatura diga sobre los
problemas reales, y tenga un compromiso con el mundo, pero sin
abandonar lo que importa en todo arte, que es el modo de decir
estético. Por lo que además de encontrar mi inspiración en los
sueños, sí, también hablo de personas que conocí y situaciones
que oí, o viví o presencié. La literatura fantástica tiene y (y
creo que debe tener) su relación con la realidad. Debe ser un
cachetazo de realidad que despierte al adormecido. Un encuentro que
genera tensión.
Me han preguntado por la
autorreferencialidad y lo único que puedo decirles es que esta
únicamente se halla en la fuente de inspiración (es decir, son
pesadillas que me ocurrieron a mí). Pero que no se puede saber nada
de mi biografía a través de mis cuentos, sobre todo cuando me
distancio tanto de mis personajes, como para poder construirlos desde
mis vagas nociones de lo que son trastornos psicológicos tan
conocidos como el obsesivo compulsivo, la depresión, la paranoia,
las adicciones, la neurosis histérica o la introversión. (Sí,
además de socióloga, juego un poco a ser psicóloga, de atrevida
nomás, como hacen tantos otros). Muchos de mis personajes son
estereotipos de esos trastornos y tal vez, que me confundan con
ellos, hasta me da miedo. “Cuanto más ambigua y sugestiva sea la
creación, cuanto más se distancie del creador, mejor es la obra",
parece que también dijo alguna vez, aquel escritor que digo que
nunca leo y tampoco me canso de citar. Tal vez todos mis personajes
se parezcan entre sí, en tanto mujeres artistas de la época que nos
toca vivir en el país en el que nos toca vivir. Probablemente, a
pesar de tanta revolución femenina, todavía tengamos pensamientos,
deseos, sentimientos, miedos, aspiraciones, actitudes, que nos hacen
iguales.
Hay gente que prefiere
solo la literatura no realista para evadirse, o hacer juegos
mentales, hay otros que la rechazan y solo leen realismo. Adolfo Bioy
Casares decía sobre la palabra “fantástica”: “Durante mucho
tiempo con Borges la usamos con algún recelo. Nos sugería la imagen
de una señora lanzando gritos de placer: “¡Fantástico,
fantástico!”. Me pregunto si tanto yo, como Borges y Cortázar no
seremos culpables de una moda literaria, que aburrirá a futuros
lectores”. Un miedo que tenemos que rechazar forzosamente si nos
detenemos a ver un poco la historia de la narrativa. Para quienes
encuentran la literatura “fantaseosa” (¿se dan cuenta de cómo
cambia el término según su valoración?), un defecto, hay que
decirles que esta siempre tiene un contacto con la realidad, solo que
menos directo, que necesita un esfuerzo, una mente trabajadora, no
perezosa, que logre hacer esas conexiones y vínculos. Es decir que
propone un crecimiento que nos hace inteligentes. Y tampoco debemos
perder de vista que, la humanidad, desde que empezó a contar
historias, lo hizo desde lo sobrenatural primero, y la realidad
“objetiva” después. Sino lean los textos más antiguos jamás
escritos, como los griegos y la Biblia. La literatura no realista se
reinventa constantemente y tiene existencia para rato.
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ResponderEliminarExcelente material.clarísimo!
ResponderEliminarExcelente material.clarísimo!
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